abril 25, 2024
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May

L A M U E R T E D E U N C A B A L L E R O

por Gonzalo Moya Cuadra

¡ Qué Muerte más elegante ! ¡ Qué Muerte más culta ! ¡ Qué Muerte más ejemplar ! ¡ Qué Muerte más significativa ! ¡ Qué Muerte más imitativa !¡ Qué Muerte más digna ! ¡ Qué Muerte más admirable ! La Muerte le acogió con beneplácito… fue la Muerte de un caballero en este tiempo tan mefítico y esclerotizado. Tiempo herido por soledades cubiertas de sequías submarinas. El entendió la Muerte, pues nunca huyó de la angustia, como experiencia de verdad, por la Muerte. Quizás su decisión es aún poco entendida por una gran mayoría esclava de doloridas incertidumbres. Sabía que la Muerte tiene que cumplir fielmente su trabajo. Como científico sabía que el Hombre jamás dominará a la Muerte. El Hombre no sabe que es verdaderamente Hombre cuando sepulta a sus muertos. La Muerte está en crisis. Para Don David su salida de la vida fue con absoluta tranquilidad y sabiendo que más allá de esta vida simplemente no hay nada. ¡ Cuánta verdad ! Sabía de la fragilidad esencial de la vida. Su elección de morir fue de pleno derecho y con total discernimiento mental. Sabía que el Hombre simplemente es mortal y, en consecuencia, la Muerte es menos que nada. Su larga experiencia vital le hizo tomar esta decisión sin titubeos. Hombre centenario, hombre con tanto pasado que su última voluntad fue con absoluta certeza y autenticidad. Muerte sin temor. Muerte definitiva. Muerte con algarabía. Muerte sin solución. Muerte con determinación. Muerte impresionante. Don David sabía que la vejez conlleva una actitud natural de simpatía hacia la Muerte. Su Muerte fue la Muerte de un héroe. El botánico y ecólogo padeció el precio de su longevidad y simplemente quiso morirse. El mismo le abrió la puerta a la sosegada y silenciosa Muerte liberando la savia que le transportó con sigilo fantasmal a un tiempo inmóvil. Para él todo era prístino porque era el final. Su corazón, lento e invernal, dejó de latir pasado un mediodía con luz de anochecer. Partió con recuerdos vegetales y con el dulzor de mieles mortecinas. David Goodall fue el arquitecto de su propia vida y de su propia muerte. Al final encontró su libertad, su tan esperada libertad, después de una vida tan rasgada por preguntas derrotadas.

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